Puede que no imaginemos que muchos seres vivos son especialmente sensibles a las alteraciones del medio ambiente. Por ejemplo, las libélulas permiten conocer el estado de las aguas, las abejas pueden detectar la contaminación atmosférica urbana y mediante corales y pingüinos se puede medir el alcance del cambio climático.
Cada vez más científicos apuestan por estos “bioindicadores” frente a equipos tecnológicos, muy caros y complejos, empleados para medición y análisis, cuando en la propia naturaleza se encuentran los mecanismos necesarios para realizar estas investigaciones sin grandes inversiones ni agresiones medioambientales
Cuando tiene lugar alguna variación en las condiciones del entorno, los seres vivos que lo habitan responden cambiando sus funciones vitales, su composición química o, incluso, su genética. Los hay capaces de acumular el agente contaminante.
A través de la observación y el análisis de estas modificaciones, determinados seres vivos se pueden convertir en unos excelentes indicadores biológicos que nos ayuden a evaluar la calidad ambiental del suelo, el aire o el agua.
Los principales argumentos a favor de esta práctica de estudio medioambiental radican en que resultan bioindicadores útiles, fiables y económicos."
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